viernes, 6 de febrero de 2009

Sake bomb.

Un par de veces fui a un restaurant de sushi que se llama Koume, cerca de Miami. Es de una familia originaria de Tokio. Muy simpáticos y hacendosos. El sushiman, bastante histriónico, suele ofrecer a los clientes un trago al que llama "sake-bomb." Primero sirve una cerveza, después un shot de sake. Coloca dos palitos encima de la cerveza y apoya ahí el sake. Entonces empieza a darle puñetazos a la mesa al grito de "sake-bomb, sake-bomb", hasta que el shot cae dentro de la cerveza. Ahí se lo toma todo de un solo tiro. Lo hace varias veces por noche. Después, al final del servicio, se come una orquídea junto a los que hayan hecho el "sake-bomb" con él. A pesar de lo íntimo y minimalista de la atmósfera, de lo delicado y sutil del menú, su intempestiva intervención, acaso más atinada para una taberna o un barco de vikingos, es absolutamente adecuada, impecable y armónica. Juega con los límites, plantea un escenario con su comida, con su aspecto, con la música, con los aromas, con el entorno. Y después lo rompe.

Eso es un artista. 

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