viernes, 29 de octubre de 2010

Esenciales.

Entre los elementos que conforman lo más representativo de mi personalidad y mi manera de relacionarme con el mundo, está el álbum “Songs for swingin’ lovers” de Frank Sinatra.
Grabado a fines de 1955 en los estudios Capitol, en Hollywood, California. Con arreglos y dirección orquestal de Nelson Riddle.
Me cuesta explicar con palabras lo que significa este disco. No debe existir nada mejor cantado en la historia de la música. La afinación, la pronunciación y el fraseo de Sinatra son absolutamente impecables. Sin fallas. Sin dudas. Con la arrolladora potencia del que hace lo que hace sabiendo que es el mejor, pero no por casualidad. El que es el mejor porque se plantea el permanente desafío de serlo en cada latido de su corazón. El acompañamiento orquestal transmite la perfección de lo simple, la eterna obsesión de Frank, su indeleble marca registrada. El mid-tempo (sobre el que él camina como un emperador encima de los cadáveres de sus enemigos), infaliblemente pergeñado por Riddle. Es como una dosis de New York, es un puño apretado, ganas, un brindis, progreso, energía, dinamismo, elegancia.
Si yo fuera un rompecabezas, este disco sería una pieza.