sábado, 30 de junio de 2012

Naci Miento

Viví años transplantado en Buenos Aires, pese a haber nacido allí, sin encontrar jamás mi lugar. Viajé durante muchos años entre Buenos Aires y Mar del Plata, la mayoría de las veces en bondi. Entrar a Buenos Aires por el sur es como entrar a un tubo digestivo por el recto. Es todo una mierda. Se experimenta una sensación horrible de angustia. Anticipo del absurdo de calor, humedad, caras de orto, maldad, tristeza incurable y orfandad de mar que maldice a esa dura ciudad de gente resignada. Al revés, cabe la analogía digestiva también: ganar la ruta es un alivio. Una liberación. Empezar a ver la nada y a contar los monolitos que marcan los kilómetros es una sensación parecida a la de los delanteros que zafan de la marca pegajosa de los zagueros, eluden al arquero y sólo tienen que tocar suavecito para hacer el gol. Ya estás del otro lado. Después, en un momento mágico, aparece el primer cartel publicitario que alude a algún comercio marplatense, señal inequívoca de que estás llegando. Y bajar del bondi, a veces de madrugada, sintiendo el aire fino y medio salado que me recibe, qué lindo. Qué lindo es llegar a Mardel. El camino inverso, la salida. Como un reo que camina a la silla eléctrica me acerco al bondi. Sarmiento derecho hasta la costa y ahí, el bondi que me refriega el mar en la jeta. Yo muerdo la bronca de mirar por la ventanilla a toda esa gente que vive ahí, que no tiene que irse nunca. Ya la ruta y el amargo e inevitable camino hacia un lugar peor. Años así. Hasta que entendí que en Mardel hay una parte mía que se nunca se va. Que espera que yo vuelva para completarme y que cuando me voy me deja incompleto. Una parte mía que me espera, flotando por las avenidas, jugando en la Plaza Mitre, tomando café en la Fonte, volviendo de la playa cuando sopla del sudeste, abrazando a los amigos. Donde nací lo decidió la suerte, de donde soy lo decidió la vida. Por eso soy marplatense.