lunes, 9 de febrero de 2009

La verdad. Bah, qué se yo.

Bill Bernbach, el inventor de la publicidad moderna dijo "la verdad no es verdad hasta que la gente se la cree." David Ratto, el más grande publicitario argentino de todos los tiempos dijo "existen 3 verdades: tu verdad, mi verdad y la verdad." No, no. No estoy haciendo un decálogo de frases célebres (y menos de dos directores de arte). Simplemente las menciono porque creo que explican lo inefable, difusa y cambiante que es la verdad. Y lo inútil que resulta como elemento de juicio o medida de las cosas. Imaginen esta situación: diez inmundos pájaros de cerámica, en una tienda de descuento. Todos cuestan U$ 3, salvo uno de ellos que sin ninguna razón aparente, cuesta 3,50. Resulta absurdamente caro. Ahora, imaginen que son gringos, que van a un país de latinoamérica donde el dueño de un sushi bar los invita a cenar. Conversación agradable, sintonía intelectual. En eso, divisan al pájaro en cuestión dentro del restaurant. El dueño les cuenta que fue traído de Okinawa después de la segunda guerra mundial y que es una de las más preciadas posesiones de la familia de su socio japonés. Inmediatamente deciden comprarlo. El dueño del restaurant pide apenas U$ 400. ¿No es un regalo? Entonces, ¿cuál es el verdadero valor del pájaro? ¿3 dólares y un inexplicable mal gusto?, ¿3,50 y nueve pruebas de que uno es un imbécil? ¿O U$ 400 y una historia? ¿Acaso la verdad vale más que la leyenda? Y al final del día y como decía Mark Twain (dale con las frases): "Es obvio que la verdad es más extraña que la ficción. La ficción tiene que tener sentido."

No me crean nada. Es todo verdad.

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