jueves, 22 de diciembre de 2011

Don Caprio. Capítulo final.

Como siempre que lo llamaba, Don Caprio se puso contento. "Juaaaancito carajo". Hay figuras en la vida de los hombres que tienen un peso específico notable. Son personas que, despojadas del hilo subjetivo de la relación familiar, nos muestran los avatares de la vida sin filtros. Son padres de otros y nosotros somos hijos de otros. Así aprendemos cosas que un padre no te dice ni te muestra, pero probablemente le diga y le muestre a hijos de otros.
Don Caprio se sorprendió cuando le dije que mi ex necesitaba su número. No podía creer que nos habíamos separado. Ante su asombro y sus preguntas, mi voz alcanzó a quebrarse. Yo seguía con la guardia baja. Don Caprio paró un segundo, hizo un silencio. Cambió el tono inmediatamente y adoptó el mismo que usara en la mesa del bar cuando me ofreció la 9. Y me dijo: "la limpiamos, Juancito".
No dije nada. Entre la sorpresa y un repentino e inconfesable entusiasmo que sentí, seguido de una absoluta pena por mi mismo. Es lo malo de tener moral, nunca hacemos lo que queremos sino lo que nos deja tranquilos.
"Juancito, vos no podes sufrir. Le hacemos inteligencia dos, tres días. La chupamos y se acabó la carrera. Como si nunca hubiera exisitido".
Ensayé como toda respuesta una negativa llena de agradecimientos y una promesa de que pronto iba a estar mejor. Y fue entonces que Don Caprio me trazó los límites del sufrimiento y la voluntad. Me puso frente a frente con la lógica cartesiana y despojada de veleidades éticas, religiosas y legales. Las cosas son de una manera casi siempre más simple y directa de lo que nosotros podemos procesar. "Juancito, tu problema es ella. Si ella, desaparece, desaparece el problema".
Como yo estaba en lo que el hijo de remil putas de mi psicólogo llamaba "estado de psicosis inducida", le respondí con una evasiva entre gay y sesuda, que al estar verbalizando me hizo sentir como si estuviera disfrazado de conejo de peluche en el medio de una pelea por el título en el Luna Park. Don Caprio simplemente me respondió "depende de vos Juancito, levantás el teléfono y procedemos".
Pasó el tiempo y nunca volví a verlo a Don Caprio. En los momentos de zozobra emocional, miré varias veces el teléfono, pero pude resolver el tema con otros recursos. Los de siempre, tiempo, alguna nueva compañía, estar ocupado. Un par de años después tenía que renovar el pasaporte para estamparle la visa de trabajo de Estados Unidos. Llamé a Don Caprio y me atendió la esposa. Me dijo "ay querido, Mario está internado está mal. Estamos todos rezando". Rompió en llanto. Le dije que contara conmigo para lo que necesitara, en fin, las cosas de rigor que se dicen como si uno pudiera hacer un carajo cuando no hay un carajo por hacer. "Rezá nene", me dijo.

Al día siguiente fui al hospital y estuve con la señora. No pude verlo a Don Caprio. A los pocos días me llamó la hija para avisarme que había fallecido. "Mi mamá me pidió que te llame, ella no puede hablar porque está muy triste".

Gracias, Don Caprio.

viernes, 18 de noviembre de 2011

Don Caprio. Capítulo 3.

CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO ANTERIOR.

Elegí al psicólogo por las razones obvias: primero, figuraba en la cartilla de mi cobertura médica. Segundo, quedaba cerca de mi casa. Apenas lo vi me di cuenta de que era un error estar ahí. Que tal como siempre pensé y pienso, la terapia únicamente le sirve a los putos, a las minas y los progres. Me recibió con una baranda a incienso terrible y un par de botines de gamuza con suela de goma crepe que daban ganas de cagarlo a trompadas. En su consultorio/casa abundaban las artesanías rupestres, inequívoco indicio de alguna "reveladora" visita al altiplano. Al iniciar la sesión, puso un cd con una música onda new age. Por primera vez sentí la imperiosa necesidad de tener conmigo la Browning de Don Caprio.

Las reuniones preliminares fueron frente a frente en el escritorio, etapa llamada "psicodiagnóstico". Luego pasé al diván, lo cual representó un gran alivio porque de esa manera no tenía que fumarme su aliento a cadáver de guanaco.
Al cabo de varios meses, en los que según las palabras del mequetrefe me encontraba en "estado de psicosis inducida", decidí preguntarle si en algún momento iba a experimentar una mejoría en mi estado de ánimo, que estaba realmente por el piso. Me contestó con una serie de pajerías indescifrables, que iniciaba siempre con la misma frase pelotuda: "a ver". ¿A ver qué, pedazo de forro? La cosa no avanzaba y además resultaba muy cara.

Viajé a Rio de Janeiro con mis amigos y me curé. Me curó una chica que conocí en una "boite para turistas desacompanhados".
Me dijo "estás triste, ya se te va a pasar. Mientras tanto hacé cosas que te gusten, así vas a volver a sonreír. Cada vez que sonrías vas a espantar un poco a la tristeza. Nunca se va a ir, pero vos podés mostrarle que no te afecta. Matala con la indiferencia. No te olvides que la tristeza es mujer".
Parece una pelotudez, pero funciónó. Bah, en realidad cualquier cosa que te digan en Rio de Janeiro funciona. Esa ciudad tiene propiedades sanadoras. Hablan de ir a la India a meterse al Ganges. Las pelotas. Mi lugar sanador es el Posto 6 de Copacabana.
Como dice la canción de Roberto Menescal, "meu Rio da mulher beleza, acaba num instante com cualquier tristeza". Aprendí a ver la vida como un carioca: la tristeza siempre está, pero en vez de traducirla en tango la traducimos en bossa nova. En vez de patear fuerte al cuerpo del arquero tiramos una emboquillada como Romario. Si es gol es un golazo y si no es gol es linda la jugada.
Volví y le dije al psicólogo que no iba a ir más. Y se lo dije sonriendo, como para no dejar dudas.


Varios meses después me encontraba tratando de hacer la plancha emocional, siguiendo el consejo de la carioca pero obviamente con los altibajos del caso y de la edad. De la nada, recibo un llamado de mi ex, contactándome desde su nueva y maravillosa vida. Necesitaba el teléfono de Don Caprio para hacerle el pasaporte a un cliente de la empresa en la que trabajaba. Le recordé que Don Caprio no permitía que se diera su número telefónico. Ella, con el fastidio de tener que revisitar un momento de su anterior vida, soltó un "ah, cierto. Bueno, por favor decile que me llame. Chau".

CONTINUARÁ

jueves, 10 de noviembre de 2011

Don Caprio. Capítulo 2.

CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO ANTERIOR.

Me reí, teniendo cuidado de no sonar burlón. Don Caprio se subió a mi carcajada dando por sentado que estábamos riéndonos del calzón cagado del boletero del cine.

Le dije que no sabía tirar. Bah, que en realidad nunca en mi vida había tirado. Entonces me explicó que eso era lo de menos. "Juancito, saber usar un arma no es lo mismo que saber disparar. Saber usar un arma es lograr que surta el efecto deseado sin tener que apretar el gatillo. Gastás balas, que son caras, y además te comés un garrón seguro."

Claro Don Caprio. Claro. Usar el arma no es lo mismo que usar las balas. Miré al mozo haciéndome el pelotudo y le pedí la cuenta, mientras asimilaba esa gran lección de vida. Don Caprio miró su cuaderno espiralado Norte con tapa dura, lleno de anotaciones en birome de distintos colores (él llevaba 4 Bics en el bolsillo) y me dijo "yo voy los martes a las 2 a tirar con unos amigos al Tiro Federal, llamame y te venís, son muchachos macanudos".

Tiré varias veces con la Browning. "Aflojá los hombros querido" ¡PUM!, "flexionando un poquito las rodillas Juancito" ¡PUM!, "Juaaancito carajo, cuando soltás el aire tirá" ¡PUM! Los muchachos macanudos eran macanudos en serio. Fui varias veces, casi siempre terminábamos tomando café en la confitería del Águila. Aprendí mucho de fierros. "Antes teníamos la Ballester Molina, que es la versión calcada de la Colt 1911, pero con el asunto de los derechos humanos la prohibieron porque el calibre 45 es considerado arma de guerra", me explicaba melancólico uno de ellos. Los muchachos macanudos andaban en bondi, con carterita de mano, mocasines y jeans berretas. Algunos tenían changas de custodios, otros de choferes, uno era sereno de un banco.

Don Caprio siempre llevaba el fierro y los papeles para hacerme la tenencia y portación, pero como yo no me decidía, se volvía a llevar todo con él. Pero siempre hablaba de la Browning como "la pistola de Juancito". Un día dejé de ir al tiro, después dejé de tener trámites y la verdad es que se me pasó un poco el entusiasmo de la novedad. Don Caprio y yo no hablamos por dos años. En eso, me surgió un viaje al exterior con quien por entonces era mi novia. Resultó que no tenía el pasaporte al día y obviamente lo llamé a Don Caprio. "Juaaaancito carajo, ¿en qué te puedo ayudar?" Hicimos el pasaporte de esta chica como por un tubo. Rápido, fácil, sin dramas, sin preguntas. Entre el llamado y el pasaporte impreso y calentito pasaron menos de 10 días. Volví al bar de los ratis un par de veces durante ese tiempo. Era verano, cerca de las fiestas, entonces el "toma algo caliente, querido", cambió por un "tomate algo fresco que hace calor". Don Caprio no tomaba alcohol casi, le gustaba la Seven Up. A mí las gaseosas me gustan cuando las sirven en un bar como ese. En vaso largo sobre una servilletita de papel blanca con borde celeste. Cuando te la abren con esos destapadores con forma de botella y te la traen con una hielera de hojalata con la pincita enganchada en el borde. Cuando te preguntan si le querés agregar un chorrito de Campari o de ginebra. La Seven Up con ginebra es un golazo.

Le regalé una campera de cuero que había comprado muy barata en Los Angeles, de las de estilo motoquero. Don Caprio decía que le recordaba a las que usaban los custodios de Perón. Era flaquito y chiquito Don Caprio. La campera le quedaba un poco graciosa. Pero él estaba muy contento. Viajé con esta chica, volvimos y a los meses nos separamos por decisión de ella. Yo quedé muy triste y bastante desorientado. Le había puesto muchas fichas. Para hacer una figura futbolística, había puesto 5 delanteros y 2 defensores. Y me liquidaron de contra. El trance me lanzó al psicólogo, en una experiencia que resultó tan cara como inconducente.

CONTINUARÁ.

jueves, 3 de noviembre de 2011

Don Caprio. Capítulo 1.

A pedido del público voy a contar la historia de Don Caprio.

Corría el año 98. Yo planeaba irme de viaje y tenía que renovar el pasaporte. Mi amigo Norbi me pasa el dato de un señor que podía ayudarme, pero en vez de darme su teléfono me dio el de otra persona, con la instrucción de decir simplemente "hablo de parte de la señora Jacqueline de Dapsa". Sonaba misterioso el tema, pero mi amigo Norbi es un tipo sano y derecho, así que llamé sin mucho preámbulo. Efectivamente, una vez mencionada la contraseña, me tomaron el número de teléfono y me dijeron que me iban a llamar. Un par de horas más tarde, sonó mi Motorola Micro TAC. Atendí y del otro lado de la línea escuché: "Buenas tardes, soy Caprio, me dijeron que usted necesita hablar conmigo".

A los pocos días me encontré con él en un antiguo bar cercano al edificio de la Policía Federal ubicado en la calle Virrey Cevallos. Bar de luz ahumada, de olor a café, a licor y a manteca, de fórmica berreta, de cortado en vaso Durax y azúcar en terrones, de sánguches de crudo y queso sin corteza y con manteca. De vino con soda y hielo. Bar de teles prendidas con Crónica TV porque pasan la quiniela y los burros. De vitrina espejada con botellas de Hesperidina, de Legui, de Old Smuggler, de Grappa Valleviejo, de Ocho Hermanos. Bar de Ballester Molinas arriba de la mesa. No era un bar de estudiantes, no era un bar de oficinistas, ni un bar de levante, ni un bar de trampa, ni un bar de guachines que toman birra de litro y escuchan cumbia. Era un bar de ratis. Donde se habla bajito y no hay música. Se entra de a uno y siempre hay alguien esperando en la barra. Ratis. De alma. Ni vigilantes, ni buchones, ni fanáticos. Ratis.

Eran como las 8 de la mañana. Entré y lo reconocí de inmediato, parado junto a la barra, fumando Le Mans y leyendo el diario. Me miró y no dijo nada, pero en esa mirada mutua los dos supimos inmediatamente quienes éramos. Me acuerdo que hacía frío y lo primero que me dijo, doblando el diario meticulosamente a la mitad y señalando una mesa con el mentón fue "querido, sentate y tomá algo caliente".

Me ayudó con los pasaportes con una presteza y una economía de palabras extraordinarias. "Seguime querido", "firmá acá querido", hasta que el "querido" se transformó para siempre en "Juancito", que a veces, especialmente al atenderme el teléfono o al verme nuevamente, pasaba a ser un "Juaaancito, carajo".

Con el tiempo, me ayudó con otros trámites y yo le agradecí remiténdole clientes. Un día fui a verlo al bar para buscar unos papeles para mi madre y nos pusimos a hablar de bueyes perdidos. Se hizo un silencio. Don Caprio me miró fijo con una enorme ternura. Recuerdo que me sentí un poco incómodo, que me dio algo de pena el viejo. Miró hacia la ventana y entreabrió la boca. Me volvió a mirar con la boca entreabierta, como a punto de decir algo. Se mantuvo así unos segundos hasta que me dijo: "Juancito, vos tenés que andar calzado", y me extendió una Browning 9mm, sosteniéndola por el caño. "Es mía, registrada a personal policial. Hacemos los papeles y te la regalo." Yo apenas atiné a agarrar la pistola por el mango y colocarla encima de la mesa. Antes de articular palabra alguna, Don Caprio me dijo "Juancito, imaginate. Llegás con tu señora al cine, una película de mucho éxito, cartelito de no hay más localidades. Juaaancitoo... te acercás a la boletería y preguntás ¿hay entradas?". Al hacerlo, abrió levemente su campera, dejando entrever la sobaquera en la que él llevaba su propia arma. "Juaaaancito caraaaajo... ¿sabés
qué rápido aparecen las entradas..."

CONTINUARÁ.

viernes, 28 de octubre de 2011

Dos cosas importantes.

1) En la vida se conocen muchos pelotudos. Pero de tanto en tanto aparece gente que vale la pena. Entonces te haces amigo y podes comprobar con alegría que el pavor al pelotudismo crea un lazo invisible que nada puede destruir. La amistad con los que valen la pena no te inmuniza, pero te mantiene alerta. Dios es justo y por eso te da un poco de cada cosa. Unos cuantos pelotudos, unos cuantos amigos. Está en vos entonces, querido lector. Si elegís bien sos amigo. Si elegís mal sos un pelotudo.

2) Escuchen a Duke Ellington.

viernes, 14 de octubre de 2011

La campaña.

Como una forma de mantenerme cerca de mi país, escucho radio todo el día. Lo hago casi sin pensar, llevo el iPhone encima desde que me levanto hasta que me acuesto. Permanentemente escucho radio. En el trabajo, mientras ando en bicicleta, mientras leo, etc. En el último mes sonaron durante todo el día los spots de la campaña para las elecciones presidenciales. La arrolladora e indescontable diferencia que logró el oficialismo en las primarias, se traslada casi como un calco a la comunicación entre candidatos. Los spots de Frente para la Victoria son IMPECABLES. Están magistralmente escritos, ejecutados de manera cuidada, precisa, convincente. Mis felicitaciones a aquellos que trabajaron en esta campaña. Los de la oposición son de una puerilidad y de una inconsistencia alarmantes. Alfonsín es un remedo del padre. Una versión triste y desmejorada, con todo lo malo y nada de lo bueno. La diferencia que hay entre Raúl y Ricardo es la misma que hay entre un chorizo y un eructo de chorizo. La campaña de Rodriquez Saa en la que distintos imitadores recrean inconfundibles voces de nuestra cultura popular (Charly García y el Polaco Goyeneche entre otros) es digna de los programas de radio matutinos de los 80 en los que Carlitos Russo y Miguel Ángel Cherutti hacían las delicias de los oyentes. Aquello era gracioso porque buscaba hacer reír. La campaña es patética porque no busca hacer reír, busca convencer a la gente de que vote a alguien para manejar al país. En el caso de Duhalde, sus frases radiales que basan su discurso en la "idoneidad", aún con toda la carga de desfachatez que le imprimen el hecho de haber sido él mismo el que encumbró a quienes hoy discute, no resultan tan impresentables como su raid mediático en el que asegura tener "grandes chances" de llegar a una segunda vuelta. ¿Alguien puede pensar que esa visión tan distorsionada de la realidad es adecuada para manejar los destinos de un país? El resto, nada destacable. Todo gris, todo parte del paisaje, nada de relieve.
En cualquier ámbito de la vida, dejando de lado los sentimientos, lo único que realmente hace la diferencia son las ideas. Ideas para gobernar un país. Ideas para convencer a la gente de que tu idea es buena. Ideas para mostrar que sos mejor que el otro o, al menos, que tenés algo distinto para ofrecer.

lunes, 12 de septiembre de 2011

Choteles.

Por mi trabajo suelo viajar bastante. Me hospedo en hoteles de gran categoría en distintas ciudades, generalmente dentro de Estados Unidos. También México, Argentina y ocasionalmente Brasil. Salvo excepciones, en todos estos establecimientos rige un modo muy particular de dirigirse al pasajero. Un modo que no comparto en absoluto, que es una mezcla de cortesía prefabricada, sometimiento a las reglas corporativas y falta de personalidad. Cuando llegué al Sofitel Arroyo, en Buenos Aires, un conserje llamado Néstor me saludó con un "bonjour señor Lagos". En el Palacio Duhau, cada empleado que tuvo contacto conmigo, ya sea para servirme un café con leche, para darme una frazada o para abrirme la puerta del taxi, me espetó un "es un placer". En el Unique de San Pablo, en lugar del consabido "qué tal su estadía con nosotros", me preguntaron "¿disfrutó de su experiencia Unique?". En el Marriott de México D.F., una mañana de feriado, me dirigí a desayunar. No había nadie en el salón, excepto un mozo y yo. El mozo insistía en servirme, a pesar de regir en el lugar la modalidad autoservice. Le expliqué que no era necesario ya que estaba apurado y prefería hacerlo yo mismo. Me dijo "lo hacemos con gusto para su comodidad (?)". Fue una escena surrealista, los dos solos en un amplio salón, cada uno atento al otro. El mozo para tacklearme si yo osaba levantarme de la mesa a buscar una feta de queso y yo esperando su distracción para liberarme de su pegajosa obsesión servil. En el W, también de México DF, el arquitecto decidió en nombre de la modernidad y lo "cool", colocar la flor de la ducha en la mitad del techo del baño. Con lo cual había que abrir las canillas y luego caminar unos pasos hasta llegar al chorro. En el SLS de Beverly Hills, pedí un Negroni y el imbécil que oficia de bartender me lo sirvió refrescado en copa de Martini. Cuando se lo mandé de vuelta, especificando cómo lo quería (en vaso old fashioned, con hielo y una rodaja de naranja) me respondió que nunca nadie le había mencionado esa variante. Le expliqué que esa "variante" era ni más ni menos que el verdadero Negroni, versión reforzada del "Americano" (reemplaza la soda por gin) creada en Firenze por el Conde Camilo Negroni hace casi 100 años.
Los hoteles de lujo no emplean gente culta, viajada, con sentido común y categoría. Emplean jovencitos y jovencitas obsesionados por el detalle pretencioso, por la palabrita distintiva repetida mecánicamente y por una dosis de falsa originalidad absurda e insufrible.

Como todo en la vida, esto también tiene la otra cara de la moneda. Hoteles en los que la categoría no depende de un manual de procedimiento. Donde los empleados tienen juego propio y personalidad. Ejemplos concretos: The Drake Hotel, en Chicago. Otrora cuartel general de Alphonse Capone. Trabaja ahí un mozo hawaiano de 80 y pocos, que vio acción en la Segunda Guerra. Extraordinario, culto, ubicado, preciso. El Copacabana Palace de Rio de Janeiro. Hace varios años me encontraba ahí brindando por mi cumpleaños con mis más queridos amigos. Por tratarse de un hotel de estilo francés, decidimos tomar Remy Martin. Nuestro presupuesto alcanzaba sólo para un VSOP. En medio del brindis llegó una señora borracha y empezó a molestarnos. A los pocos minutos, fue llevada de las pestañas por un miembro del staff del hotel. Acto seguido, se acercó el barman, de impecable saco bordó con solapas negras con una botella de Hennessy XO Magnificence. Nos la obsequió en nombre del hotel para que "olvidemos el mal momento". Un grande de verdad.
En el Waldorf Astoria, de New York, conocí a una mucama que me contó que en ese momento estaba festejando sus bodas de brillante (75 años) una pareja de ancianos de 90 y pocos años, en la misma habitación en la que habían pasado su noche de bodas. También me explicó cómo el chef Oscar Tschirky dejó su trabajo en Delmonico's para convertirse en el jefe de cocina del hotel y crear la ensalada Waldorf, cuya receta manuscrita aún conservan bajo siete llaves. Con lágrimas en los ojos me dijo "yo siento orgullo de trabajar en este hotel".

A veces pienso que son cosas sin importancia. Hasta parecen trivialidades de viajero caprichoso. Pero no. La realidad es que son claros indicios del deterioro de la raza humana.

sábado, 27 de agosto de 2011

El cine ya está todo hecho.

Sostengo que el cine como expresión artística ya está agotado. Se filmó todo lo que se tenía que filmar y los payasos que hacen películas ahora no le podrían ni lustrar los zapatos a los verdaderos cineastas.

Primera prueba:
http://www.youtube.com/watch?v=Myo2vOIGvLQ

Segunda prueba:
http://www.youtube.com/watch?v=eeVq1e6JKlw

Tercera prueba:
http://www.youtube.com/watch?v=GnxXlSKlc_Q

Cuarta prueba:
http://www.youtube.com/watch?v=bBtXfBdEXEs

Quinta prueba:
http://www.youtube.com/watch?v=dS5eez_f4d8&feature=related


miércoles, 13 de julio de 2011

El fútbol es así.

En algunos países que no tienen una fuerte tradición futbolera, no está mal visto ser hincha de otra selección o admirar a jugadores extranjeros. En Argentina ni en pedo. Ser argentino te condiciona a la hora de admirar futbolistas de otros países. Ni hablar de ponerte la camiseta de otra selección. Puede ser que aparezca algún futbolista medio interesante en Dinamarca, en Túnez o en Corea del Sur y que digamos “qué bueno es fulano de tal” o inclusive que lo destaquemos por encima de nuestros propios jugadores. Claro, esos países no son enemigos. Es que en el fútbol existen 3 categorías de contrincantes: oponentes, rivales y enemigos.
Y nuestros enemigos son Inglaterra y Brasil. Podemos admirar en silencio a un inglés o a un brasilero. Pero no enamorarnos de su juego. Mucho menos pensar que es mejor que los nuestros. Es una traición futbolera.
Pero cada tanto resulta que aparece algún jugador que excede cualquier nacionalidad y que derriba las sanguíneas fronteras del fanatismo seminal. En mi caso existe uno solo: Romario.

Le seguí la carrera desde que arrancó en Vasco da Gama y toda mi vida lo consideré mucho más que un simple delantero. Romario es un fundamentalista del placer. Todos sus goles son obras de arte de la humillación. Fue y vino a Europa varias veces, incapaz de alejarse de su Rio de Janeiro natal, donde vive descalzo y en sunga por las playas de Barra de Tijuca. Chupa. Se acuesta tarde. Sale con minas. Le gusta disfrutar. Y regaló goles y belleza al mundo jugando con alegría y un enorme sentido estético.
Su ladero en los años dorados de selección brasilera fue José Roberto Gama de Oliveira, más conocido como Bebeto. Delantero escurridizo, flaquito y habilidoso, de sonrisa franca y pegada precisa.

Todos los martes juego un picado. Somos un grupo de 5 o 6 amigos que tratamos de juntar gente para un 6 contra 6. Cada martes estamos “los que somos” más algún que otro invitado ocasional para completar la docena. Hace algunos martes, uno de mis amigos trajo a un flaco brasilero llamado Sergio Manoel, a la sazón ex-futbolista de mediocre trayectoria en los 90. Pero ex-futbolista al fin. Yo lo reconocí porque durante una breve temporada vino a jugar a Independiente, de donde fue eyectado de un shot en el orto cuando al ver una foto del Bocha preguntó quién era. En fin. Terminado el partido, me acerqué a saludarlo y a mentirle piadosamente diciéndole que yo era uno de los pocos hinchas del Rojo que no lo había puteado en su paso por el club. Me agradeció, charlamos un poco de la Copa América, del calor de Miami y de otros bueyes perdidos. Cuando se iba le dije a mi amigo quién era este tal Sergio Manoel. Mi amigo me dijo “ya sé quién es. Está de vacaciones acá en Miami con su familia. Está con Bebeto, que iba a venir a jugar pero no pudo porque la mujer se lo llevó de shopping.”

Tuve sensaciones encontradas. Por un lado pensé “menos mal que no vino y no jugó en contra nuestra”. Por otro lado pensé “lástima, hubiera tenido la oportunidad de conocer a un campeón del mundo.”

Pero lo que realmente sentí, lo que más tristeza me dio, fue saber que esa tarde, yo podría haber sido Romario.

viernes, 27 de mayo de 2011

Comida orgánica.

Dícese de un tipo de comida que al pagarla uno siente como si le extirparan un órgano.

lunes, 23 de mayo de 2011

El péndulo.

En Madrid hay miles de personas manifestándose en Puerta del Sol en reclamo de una democracia más participativa. Las pelotas. Lo que reclaman es que haya más trabajo y se reactive la economía.

Es una conducta que se repite sin solución de continuidad en los países latinos. La derecha capitalista gobierna, baja las cargas impositivas, se alinea con Estados Unidos, promueve la competitividad y achica el estado. Como resultado, mucha gente queda fuera del sistema, la salud pública se resiente y los ancianos cobran magras jubilaciones. Todo esto, genera en la gente una especie de indignación patriotera que es capitalizada por la izquierda, que invariablemente gana las elecciones. El desenlace es tan previsible como constante: la izquierda, desde su histórica inoperancia, no solamente no resuelve los supuestos problemas creados por la derecha, sino que además trae otros que son infinitamente más graves. Deuda, gasto público, falta de empleo genuino, pérdida de la competitividad y escepticismo de los mercados.

Ayer se celebraron elecciones municipales en España. Ganó la derecha.

jueves, 19 de mayo de 2011

Oído al pasar.

"No estás tan buena para ser tan boluda".

Extraordinario.

lunes, 16 de mayo de 2011

La clásica.

Hace unos días fui a comer una hamburguesa a un boliche de Key Biscayne llamado KB Burgers. Simpático lugar, familiar y poco pretencioso. Me hace acordar a “La Gringa”, esa sandwichería de Mar del Plata desde la que hace décadas un chorizo gigante de neón saluda a quienes circulan por la costa, casi llegando a la Avenida Constitución.
La cuestión es que yo tenía bastante hambre porque venía de una mañana de sábado movidita, con un rato de pesca (infructuoso si se mide en peces, pero muy agradable de todas maneras) y una vigorizante horita de paseo en kayak.
Me senté y pedí lo de siempre: una cheeseburger con queso Suizo, lechuga y tomate, sin cebolla, término medio, pickle “on the side” (el pepinillo entero fuera del sandwich en vez de rebanado y metido en la hamburguesa) y una porción de batatas fritas.
Al estar dando cuenta de mi almuerzo, ensimismado en mis pensamientos, entró un hombre de unos 45 años con 3 hijos, dos varones de alrededor de 13 y 5 y una nena de 10. Junto a ellos, otro hombre de 70, a todas luces el abuelo de los chicos. Abuelo materno, según pude deducir después.
Chilenos ellos, de buen aspecto y ropa de marca. Suelo observar que la etiqueta playera es mucho más contundente que la etiqueta de calle. Es decir, casi todos tenemos alguna prenda más o menos importante para lucir en ocasiones generales, pero tener traje de baño caro, ojotas caras, camiseta cara, gorrita cara, es porque evidemente todo el guardarropas es de la gran puta. Lo mismo pasa con la ropa de gimnasia. Algunos salen a correr en malla, medias de toalla y con una remera de Hard Rock Café comprada en algún viaje hecho durante el 1 a 1. Otros se visten de pies a cabeza con indumentaria adecuada y carísima, digna de deportistas de elite.

La cuestión es que al momento de pedir su comida, el abuelo chileno, con tono ceremonioso y casi eclesiástico, le dijo al mozo (un muchachito muy joven, probablemente hijo del dueño): “yo quiero una hamburguesa clásica”.
El mozo, con mucho respeto y algo extrañado, lo miró por tres segundos que parecieron tres semanas. Tengamos en cuenta que el menú de KB Burgers, como el de casi todos los restaurantes de Estados Unidos, viene con platos bien específicos, con sus ingredientes detallados y con muy poco margen para la ambigüedad. Cuando un comensal pide algo que no figura en el menú, suelen desencadenarse situaciones inefables. En este caso, pasados los tres segundos que parecieron semanas, el mozo simplemente le preguntó al abuelo chileno a qué se refería con “hamburguesa clásica”. El abuelo chileno le dedicó una mirada que pedía a gritos ser complementada por una frase como “¿pero vos sos pelotudo o te hacés?” o tal vez “¿cómo mierda trabajás en una hamburguesería y no sabés cuál es la clásica?” Aunque yo hubiera subtitulado “no ves que soy un viejo de mierda que me creo que me la sé todas porque en Chile soy un poronga y acá no soy capaz de leer un puto menú de una sanguchería?”.

La cuestión es que el abuelo chileno, levantando la voz y sacando uno de los pies de abajo de la mesa hasta quedar parcialmente de frente al mozo, le dijo, ralentando el ritmo de su alocución hasta un nivel que rozaba la burla “la hamburguesa clásica Americana, mi querido amigo, es la que trae la hamburguesa propiamente dicha, tomate, lechuga y mayonesa”. El mozo, en un esfuerzo por integrar el pedido del cliente a lo que figuraba en el menu, le preguntó “¿usted dice una cheeseburger sin queso, sin cebolla, sin pickle y con mayonesa?” El nono trasandino lo miró con la mandíbula a medio caer y sin quitarle la vista de los ojos, acercó su mano derecha a la sien, colocó el pulgar sobre el índice, como haciendo el gestito de idea pero apuntando para abajo. “Una-hamburguesa-clásica-americana” dijo, al mismo tiempo que realizaba un movimiento de pistoneo desde la sien hasta la cintura con su versión del gestito de idea. El hijastro, un poco hinchado las pelotas seguramente, se dirigió al mozo en plan conciliador y tal vez entendiendo un poco más el sistema organizado, práctico y eficiente del lugar, le pidió que le traiga la hamburguesa y que se la cobrara como una cheeseburger.
El suegrito lo atravesó con una mirada que decía cosas como “callate inútil de mierda que si no fuera porque te casaste con mi hija y ligaste de rebote la alcurnia de la que hacés gala estarías pescando mariscos en Viña del Mar” y le pidió que por favor le permitiera explicarle a este chico lo que era una hamburguesa clásica Americana. El anciano, a esta altura centro de atención de todo el restaurant, le relató con lujo de detalles al pobre mozo un viaje que había hecho en los años sesenta “cuando mataron a Kennedy, “pero no a John sino a Bobby”, le aclaró al chico cuya noción cívica podría alcanzar con viento a favor y algo de suerte al primer mandato de George W. Bush. Resulta ser que según relató, en ese viaje probó la mejor hamburguesa de su vida. Y cuando le preguntó al cocinero cómo se llamaba esa delicia que acababa de probar, (“porque la comí en un lugar donde el mismo tipo que la cocinaba la servía, pero tal vez nunca puedas ir a un sitio así hoy en día” explicó el geronte sin reparar que eso es ni más ni menos que un diner, de los que hay miles y miles por todo Estados Unidos) le explicó que simplemente era una “classic American burger”.
El viejo invitó al chico a tomar nota de los ingredientes y de la preparación, inclusive le preguntó si se encontraba presente el dueño para sugerirle la inmediata inclusion de la “clásica” al menú. Un rato después, ya a mitad de la comida, sonó el celular del jovato. Era su mujer, que estaba en el mall con su hija, a la sazón esposa del pescador de mariscos. El nono, con los ojitos brillantes y la excitación gastronómica de algunos presentadores de Travel Channel, le dijo a su esposa:

“Oye, adivina qué. Acabo de descubrir otro lugar donde hacen la hamburguesa clásica de la que siempre te hablé”.

miércoles, 11 de mayo de 2011

El país de las bengalas.

Llevar bengalas a espectáculos públicos está prohibido en la Argentina.

En agosto de 1983, un hincha de Racing murió en la cancha de Boca alcanzado por una bengala lanzada desde la tribuna local. En diciembre de 2004 murieron cerca de 200 personas cuando alguien tiró una bengala en un boliche bailable donde se desarrollaba un recital. En mayo de 2011 murió un joven impactado por una bengala en otro recital.

En el país de las bengalas no se cumple la ley. En el país de las bengalas las bengalas se usan para matar gente.
El país de las bengalas es una mierda.

miércoles, 30 de marzo de 2011

Burros.

En los últimos días vi algunos partidos del campeonato de fútbol argentino de primera división. Quedé asqueado (obviamente, sin mencionar el nombre que ostenta el torneo). Para empezar, el aspecto de los futbolistas es deplorable. Tatuajes de pésimo gusto, cortes de pelo bastante bufarras, botines de colores flúo. Pero eso no es lo peor, lo peor es la total y absoluta ineptitud que exhiben para jugar a la pelota. Hacerle un pase a un compañero, que es el axioma principal de este deporte, resulta para los players argentinos una hazaña de imposible factura. Toman tanta falopa que el cerebro se les desconectó del cuerpo. Son zombies acelerados químicamente. Revolean la bocha sin asco, saltan y chocan en el aire, no piensan ni por un segundo. Se juega a forzar el error del adversario y, sobre todo, a botonear y a reclamar airadamente sanciones para los jugadores contrarios, en una actitud de vigilante que hubiera sido inadmisible en otros tiempos. ¿Alguno de ustedes puede imaginarse al Pato Pastoriza, al Coco Basile, al Bambino Veira, a Pipo Rossi o a Rattín correteando al árbitro revoloteando una mano, pidiendo una amonestación para el rival? Nah. Otro capítulo es para los directores técnicos: ninguno sabe UN CARAJO de fútbol. Nada. Habrán sido buenos o regulares futbolistas en su momento, pero como técnicos no sirve ninguno. Los mejores están afuera: Mourinho, Van Gaal, Del Bosque, Scolari, Guardiola, cada uno con su estilo, son tipos que SABEN dirigir un equipo. Los grasas impresentables que tenemos nosotros no pueden dirigir nada. Se ponen jean con saco, dan conferencias de prensa para explicar por qué pierden, son una mierda. Y el peor de todos es el pelotudo que dirige al seleccionado. En la puta vida dirigió nada, nunca ganó nada, no tiene carrera como técnico y lo único que hizo como jugador fue ganar el mundial que ganó Diego SOLITO en 1986. Si yo fuera el presidente de la AFA, tomaría las siguientes medidas:

A) Nombraría DT del seleccionado a un extranjero
B) Sancionaría con expulsión a todos los pajeros que va a pedirle al referí que amoneste a los rivales.
C) Prohibiría los peinaditos gays como el de Patricio Rodriguez o Yacob. Pelo largo, rapado o pelado.
D) Al tipo que no es capaz de darle un pase al rival lo mando a practicar 100 rebotes contra una pared con una pelota Pulpo.
E) Al equipo que meta 3 pases seguidos, lo convoco entero a la selección.

viernes, 11 de marzo de 2011

El tren se va, el tren se va, saquen los boleeeetos.

Hace muchos años los ingleses construyeron la red de ferrocarriles argentinos. A modo de imperturbable símbolo, permanecen al final del recorrido del ex-Ferrocarril Mitre, en la Estación Retiro, los topes hidráulicos que dicen “Made in Liverpool” y datan de la década de 1890. Después, a lo largo de nuestra infausta historia, la sociedad argentina contribuyó a la obra de los ingleses con nacionalizaciones, privatizaciones, estatizaciones, gremios, sindicatos, paros, vandalismo, robos, violencia, demoras, atraso, abandono, miedo, apretujamiento, choques, vaciamiento y anacronismo. Nada de eso queda, ni trasciende, ni mejora lo anterior. Los topes hechos en Liverpool sí. Los topes hechos en Liverpool son lo único de los trenes que sigue, que funciona, que no falla, que no es moneda de cambio de un gobierno. Los topes hechos en Liverpool son la demoledora evidencia de lo etéreo de la diatriba argentinoide que infla el pecho a voz en cuello a la sombra de fotos viejas. Son el contrapeso de la liturgia triste y desesperante de la constante celebración del fracaso. Las cosas tienen un sentido y un propósito, los ingleses hicieron los trenes para acercar al puerto la riqueza del país y para facilitar la distribución de los inmigrantes. En un dinámico movimiento de ida y vuelta, por una vía entraba la mano de obra que producía y por la otra salía el producto que generaba riqueza. Así pensó siempre Inglaterra, por eso los países que colonizó hoy funcionan y son sociedades pujantes y educadas. Estados Unidos, Sudáfrica, Australia, Nueva Zelanda. Así pensaron la Argentina los ingleses. Lamentablemente los echamos.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Algunas cosas que no soporto.

-Las personas que succionan sus infusiones en lugar de sorberlas. Y que al hacerlo elevan levemente los hombros y bajan el mentón. Si inmediatamente después acurrucan la taza caliente con las dos manos, directamente me dan ganas de vomitar.

-Cuando alguien marca mucho la "p" al hablar y convierte cada palabra con "p" en la amenaza latente de un sutil escupitajo.

-Mis compatriotas que adoran al Che Guevara y a Fidel y cuando vienen a Miami no les dan las manos para consumir.

-Las reuniones de trabajo con más de 3 personas.

lunes, 7 de febrero de 2011

Carnaval de río.


El verano en Buenos Aires es terrible. Pone en evidencia la miseria colectiva que representa vivir lejos del mar. Peor aún, la de tener por horizonte acuático el Río de la Plata, ese sorete metido entre Uruguay y Argentina (si creen que exagero observen la imagen adjunta). El verano en Buenos Aires revienta asfaltos en siestas alucinógenas ambientadas por chicharras monocordes. Está hecho de longitudes. Meses largos y días largos. Los porteños jóvenes, esos aficionados al revisionismo cultural antojadizo del progresismo imperante, han rescatado en los últimos años la celebración del carnaval. Gran puesta en escena del no talento. En nombre de la liturgia ciudadana, se reúnen vecinos de los clásicos barrios de clase media de la capital (principales representantes de la bulimia cívica nacional), a bailotear sin ninguna gracia al insufrible batir de bombos y platillitos. Se agrupan bajo denominaciones que llevan nombres como “Los colosos de Boedo” o pelotudeces semejantes. Cantan cancioncitas picarescas interpretadas por alguno con ínfulas entre gardelianas y uruguayescas, reproduciendo un acento que resulta entre gracioso y patético. Son capitenados por algún gordo nostalgioso o alguna mujer de carácter (casi siempre dueños de algún comercio del barrio o maestros de la escuela estatal). En sus declaraciones televisivas reproducidas por los canales durante la magra programación estival, suelen hacer referencia al “rescate de lo nuestro”, a la “necesidad de transmitirle a los jóvenes nuestra herencia cultural”, a la “enorme solidaridad de los vecinos que colaboran con la organización” y a que “los gobiernos de turno y los grupos económicos nos quitaron muchas cosas pero jamás podrán quitarnos nuestra fiesta popular”.
En las noches de desfile, suelen cortarse calles sobre las cuales se improvisan puestitos de choripanes, alguna señora vende empanadas y corren las damajuanas y la birra de litro.

Río arriba, está la celebración del carnaval de Gualeguaychú. Variante del anteriormente descripto, pero despojado del halo canyengue y pseudo-futbolero. Sustituye los bombos y las chaquetas de lamé por las plumas y las carrozas. Por tratarse de un remedo barroso de su par carioca, en lugar de los nombres tangueros, se utilizan términos en portuñol para denominar a las comparsas. Y a cambio del gordo nostalgioso o la señora enérgica, sus capitanes son brasileros truchos como el Manosanta del Negro Olmedo.
El catering es similar al del porteño, con la variedad de chorizo “de campo” y algún pacú o similar bicho inmundo a la parrilla.
La temperatura ambiente no suele bajar de los 35 grados.

Eso sí. Cruzando el río está Uruguay donde esta fiesta siempre se mantuvo vigente. Por supuesto, sin el arrebato del fanatismo que es nuestra marca registrada. Con la tranqulidad y la mesura típica que impera por esos pagos. Donde sí hubo gran influecia Africana, donde existe el candombe. Y sobre todo, donde el río se convierte en mar.

viernes, 4 de febrero de 2011

Mística según yo.

Según el diccionario de la Real Academia Española, mística significa “parte de la teoría espiritual y contemplativa y del conocimiento y dirección de los espíritus.” Suelo defender a capa y espada al idioma español y a su metro patrón, el diccionario. Pero en este caso debo reconocer que han errado el tiro de medio a medio con una definición tan vacía de significado como enrevesada en su sintaxis.
En fin, la idea de este post no era despotricar contra el señor García de la Concha y sus académicos, sino referirme a ese impulso mágico e invisible que envuelve a determinadas personas, lugares o situaciones.
La mística es el alimento de los héroes. Intangible combustible de epopeyas y causas imposibles. Surge de la relación entre logros, lugares, fechas y gente. Su aura se impregna caprichosamente, más en algunos y menos en otros.
A veces resulta difícil distinguirla de una lamentable y sempiterna testarudez que indefectiblemente redunda en fracasos que se ven venir a la legua y después son tristemente justificados en nombre del coraje o el tesón. Otras veces se confunde con ese mesianismo de café que arrastra a una intransigencia tan dañina como improductiva tanto para las personas como para los países. La mística es de los ganadores, siempre y bajo cualquier circunstancia. Pero lleva en sí misma un valor constructivo, una raíz positiva y de progreso que hace que lo que venga después sea mejor por consecuencia lógica. Mística es la confianza en que determinados pensamientos y acciones trascenderán su tiempo y alcanzarán a tocar la vida de quienes nos sucedan. Pero no para hacerlos presos de un dogma, sino para hacerlos libres.

En la Real Academia de este blog, mística es el inquebrantable ejercicio de la decencia.

martes, 18 de enero de 2011

Resultados.

Decidí bajar un poco de peso y para lograrlo apliqué dos técnicas combinadas. La del simpático cocinero vasco Karlos Arguiñano, que dice "CLM, o sea, come la mitad" y la del musculoso actor de Hollywood Matthew McCounaghey que dice "no matter how, break a sweat everyday" (sea como sea, suda todos los días).

El resultado es que estoy cagado de hambre durante gran parte del día y lavo el doble de ropa.