jueves, 25 de octubre de 2012

Algo feo nos pasó.


Qué desconsolador es asistir a la silenciosa chotificación de las personas y sus cosas. En arremolinadas cavilaciones que me circundan, como elocuentes advertencias, encuentro detalles a veces más evidentes y a veces más sutiles de descenso irremediable. Y en donde más lo lamento es en la escala moral de la sociedad argentina. Sin entrar en banderías políticas y mucho menos doctrinarias. Simplemente observando con imparcialidad de mente y total parcialidad de corazón. Todo es peor. Los que nos distingue, esas tres o cuatro cosas, cayeron en picada. Transcurriendo el siglo pasado, la esencia de la argentinidad incluía como pieza indisoluble, la certeza de que sin esfuerzo nada se conseguía. Desde pibe, una buena nota en el colegio, ya más grandecito levantarse a una chica, después recibirse, juntar unos mangos y comprarse un auto, viajar, en fin, tener una linda vida. Iba de suyo que había que romperse el orto. Ese detalle, obraba como una matriz que indefectiblemente te sacaba derecho, o al menos dotado de cierta noción del bien y el mal. De la misma manera, la vara de la argentinidad no bajaba de un nivel superlativo de prestancia, de calidad, casi de infalibilidad. Si vamos a la cultura, al tango, en una misma ciudad existían la orquesta de Troilo, la de Pugliese, la de D’Arienzo. Al deporte, en el Luna peleaba Lausse, el Mono Gatica, Nicolino o Monzón. Para hacer reír estaban Pepe Biondi, José Marrone, Pepe Iglesias, el Negro Olmedo. Escribían Borges, Cortázar, Bioy, Mujica Láinez y Sábato. En la radio estaban Tony Carrizo, Cacho Fontana, el Negro Guerrero Marthineitz. Algo feo nos pasó, algo que hizo que como sociedad nos conformemos con la más abrumadora mediocridad, con una desoladora realidad que no exige mayor lucimiento para entronizar ídolos de cuarta. Algo feo nos pasó y nos transformó en un montón de gente desangelada que lejos de premiar el esfuerzo premia la trampa y el atajo. Visto desde afuera, ese proceso parece no tener final. Cada vez aparecen más indicios de una rauda marcha hacia la pérdida de lo que nos hacía ser quienes éramos. Hoy hasta los pobres son peores. Han perdido la ilusión de dejar de serlo. La famosa promoción social que nos destacó en el continente se fue deshilachando al compás del conformismo, la vagancia subsidiada y la falta de garra. Hoy nadie quiere dejar de ser pobre. Hoy, la verdad, nadie quiere un carajo. ¿Existirá alguien que meta las mismas horas, la misma decisión y la misma enjundia que metió René Favaloro para aprender a operar corazones? ¿o que siga los dictados de su inspiración, sus convicciones artísticas y su talento para crear una obra comparable a la de Astor Piazzolla? Claro que no. Si con mucho menos sobra. Si nadie te lo exige. Si ya no hay “un país atrás” como cuando corría Fangio o se palpitaba la definición del Nobel de literatura a ver si por fin se lo daban a Borges. Se han arriado todas las banderas que izamos en la escuela primaria. Se ha dejado sin efecto todo lo que aprendimos del abuelo. Terminó un país tal como lo conocimos y lo soñamos. Vivimos el triunfo de la berretez incurable. 


martes, 10 de julio de 2012

Nomigrantes: la fábula del inquilino de la patria.

Es mentira que "si no sabes de dónde vienes jamás sabrás hacia dónde vas." Todo lo que nos antecede es pasado. El apellido, la comida, las fotos, las canciones, los libros, el abuelo, el supuesto abuelo del abuelo. Todo es pasado. Vidas de otros. De dónde venimos, lo que llevamos por dentro, la herencia, es todo mentira. Toda una coraza de excusas para justificar la medianía eterna. Sí es cierto que echados a rodar en el mundo, el pedacito de pertenencia en el que nos paramos se reduce a toda esa hojarasca sentimental. El refugio donde encontramos confort emocional para contrarrestar los sacudones propios de nuestra gesta inexplicable. Pero al rato saltamos de nuevo al desafío de lo nuevo. Es, paradójicamente, en esa capacidad de quemar las naves, que encuentro el vínculo con mis antepasados. No por una cuestión de apellido, de color de ojos, de idioma. Ni siquiera por una cuestión de familia. No. No es por nada de eso. Es por la férrea voluntad de buscar el destino. Mis antepasados son todos aquellos que se fueron. De cualquier lado a otro, sin importar la época, el motivo o la raza. Todos los inmigrantes somos familia, hermanados por el ansia irreductible de una vida mejor. Mi tatarabuelo son todos los que están en las fotos de Ellis Island. Y de ahí para acá, se corta. Entre esa generación y esta hay un hiato. Los nomigrantes. Hijos de los hijos de los barcos. Cuando vuelvo y los veo, sufro. Despanzurrados en la vida, sintiéndose dueños de la noción de patria, de bandera, comiendo tostados de miga mirando la plaza. Tirando el faso justo antes de subir al bondi, rajando a la costa en los feriados, comprando remeritas del Che. Y proclamando desde un pedestal hecho de malvones y pedos tristes que "los que se fueron es porque no tienen huevos, los argentinos de verdad somos los que la peleamos acá." Ahí es donde yo no tengo más remedio que contestarte. Sí, a vos. A vos que me señalás porque me fui, a vos que me das clases de argentinidad. Nunca me pondría a tu altura, pero me obligás a contestarte. Porque honestamente, ya me tenés las pelotas llenas.

Yo soy mil veces más argentino que vos, payaso. ¿Sabés por qué? Porque yo estoy hecho de lo que estaban hechos los que construyeron la Argentina. Los que se fueron de Galicia o de Napoles para que hoy a vos tus amigos te digan "Gaita" o "Tano", y sientas que venís de una casta especial. Yo llevo la patria adonde voy, porque donde voy la hago. La patria es algo que se va a buscar, maricón. Vos tenés patria porque otros la sangraron, otros la soñaron y fueron a encontrarla atrás de un océano. Vos estás en Argentina porque ahí te fabricaron, otario. ¿O acaso elegiste nacer ahí? ¿O acaso elegiste algo en tu vida, además de la caterva de hijos de puta que te gobiernan y te cagan una y otra y otra vez? Yo te puedo decir lo que es la patria, yo tengo la autoridad y las pelotas para explicártelo porque a mí no me la regaló nadie. Del cuadro ovalado en blanco y negro que tenés en tu casa, yo soy el de arriba de todo. Soy el que escribe las cartas más arrugadas e ilegibles que guardás en esa caja del armario. Y vos me hablás de patria. Lo poco o mucho que te dejaron lo hiciste mierda. Como un inquilino berreta, como un hijo ricacho y haragán, como un pendejo caprichoso que gasta la que no gana. Esa es tu patria. La del descuido, la de la desidia, la del olvido, la del fracaso. Esa a la que hace tantos años llegaron llenos de ilusiones el gallego y el tano. Esa que vos con talento, dedicación y esmero, convertiste en un infierno.

sábado, 30 de junio de 2012

Naci Miento

Viví años transplantado en Buenos Aires, pese a haber nacido allí, sin encontrar jamás mi lugar. Viajé durante muchos años entre Buenos Aires y Mar del Plata, la mayoría de las veces en bondi. Entrar a Buenos Aires por el sur es como entrar a un tubo digestivo por el recto. Es todo una mierda. Se experimenta una sensación horrible de angustia. Anticipo del absurdo de calor, humedad, caras de orto, maldad, tristeza incurable y orfandad de mar que maldice a esa dura ciudad de gente resignada. Al revés, cabe la analogía digestiva también: ganar la ruta es un alivio. Una liberación. Empezar a ver la nada y a contar los monolitos que marcan los kilómetros es una sensación parecida a la de los delanteros que zafan de la marca pegajosa de los zagueros, eluden al arquero y sólo tienen que tocar suavecito para hacer el gol. Ya estás del otro lado. Después, en un momento mágico, aparece el primer cartel publicitario que alude a algún comercio marplatense, señal inequívoca de que estás llegando. Y bajar del bondi, a veces de madrugada, sintiendo el aire fino y medio salado que me recibe, qué lindo. Qué lindo es llegar a Mardel. El camino inverso, la salida. Como un reo que camina a la silla eléctrica me acerco al bondi. Sarmiento derecho hasta la costa y ahí, el bondi que me refriega el mar en la jeta. Yo muerdo la bronca de mirar por la ventanilla a toda esa gente que vive ahí, que no tiene que irse nunca. Ya la ruta y el amargo e inevitable camino hacia un lugar peor. Años así. Hasta que entendí que en Mardel hay una parte mía que se nunca se va. Que espera que yo vuelva para completarme y que cuando me voy me deja incompleto. Una parte mía que me espera, flotando por las avenidas, jugando en la Plaza Mitre, tomando café en la Fonte, volviendo de la playa cuando sopla del sudeste, abrazando a los amigos. Donde nací lo decidió la suerte, de donde soy lo decidió la vida. Por eso soy marplatense.

lunes, 21 de mayo de 2012

Los muertos no fallan. O por qué soy fana de los Stones y si bien respeto a los Beatles nunca me llamaron mucho la atención.

Se le reconoce a los Beatles el enorme mérito de haber transformado para siempre lo que se conoce como "música popular". Con melodías impecables, con el gran talento de sus integrantes, especialmente McCartney y Harrison. Nadie puede desconocer su influencia definitiva no solamente en la música, sino también en otras expresiones artísticas como la pintura, la literatura y el cine. Pero con todo respeto y desde mi humildísimo punto de vista, los Stones son más grandes. Los Beatles y los Stones nacieron en el mismo año: 1962. Pero los Beatles se separaron en 1970. Es decir, dejaron de producir. Dejaron de crear. Y quedó su obra de 8 años, como un elemento inalterable e incontrastable, que jamás tuvo que ser revalidado. Los Stones cumplen 50 años de existencia, pero de existencia real. Yo a los Stones los vi y si Dios quiere los veré de nuevo. Los Beatles son un largo recuerdo. Maravilloso, revolucionario, inolvidable. Pero un recuerdo. Los Stones, bien, mal, con mejores y peores momentos, están ahí. La tapa de Abbey Road simboliza una época y un idealismo que con el paso de los años, como pasa con todo lo que se termina en lo mejor, es venerado sin límite. Pero tal vez mientras escribo estas líneas, Richards esté llamando a Wood para zapar en alguna sala de ensayo. Renovando esa valentía, esas ganas de poner todas las fichas de nuevo en el tablero, esa manía por encontrar motivación en una Fender Telecaster afinada en G, esa tenacidad para dejar de lado los millones de euros, la vejez apacible, el calor familiar y los salones de la fama para exprimir hasta la última gota de rock and roll. De eso yo soy fan. Del recuerdo perfectito, qué se yo.

viernes, 11 de mayo de 2012

Por si les sirve.

En uno de los tantos viajes que hago por trabajo leí, en una de esas revistas de mierda que ponen las compañías aéreas en los bolsillos de los asientos, una frase interesante: "treat your future self with respect". Sirve para todo. Cuidá la salud, cuidá el dinero, cuidá tus relaciones. Estudiá, esforzate, hacé la cama. Para dentro de 40 años o para hoy a la noche. Pensá en vos en el futuro y tratate con respeto. Hoy es temprano. Mañana no.