lunes, 27 de julio de 2009

Breve historia de cómo huelo hoy.

En 1709, fue creada en la ciudad de Colonia, la Echt Kölnisch Wasser 4711. O sea, el agua de Colonia. Nombre que luego se convertiría en genérico para denominar a la mezcla de alcohol y aceites esenciales. La Echt Kölnisch Wasser 4711 existe aún en nuestros días, elaborada según la misma receta de hace exactamente 300 años. Durante la Segunda Guerra Mundial, la Reichsflotte (armada alemana) repartía grandes cantidades de agua de Colonia entre las tripulaciones de sus submarinos, para paliar los efectos del hacinamiento y el encierro subacuático. Los soldados alemanes preferían reservarla para llevársela de regalo a sus madres, hermanas o novias. A este fenómeno se debe que hoy el agua de Colonia sea unisex.

En la época de la ley seca, lo que en Estados Unidos se denomina prohibition era, algunos productos medicinales eran bebidas alcohólicas disfrazadas. En 1929, la compañía americana de cosmética J.B. Williams introdujo en el mercado un enjuague bucal de alto contenido de alcohol llamado Aqua Velva. Luego de un par de amistosas sugerencias de la mafia, que veía peligrar su negocio de destilería clandestina, J.B. Williams decidió convertir el enjuague bucal en una loción para después de afeitar. Fue un éxito inmediato. Durante la Segunda Guerra Mundial, Aqua Velva fue la loción de dotación de las fuerzas armadas norteamericanas. Pero rara vez terminaba en las caras de los soldados. Invariablemente se la tomaban. Para evitarlo, Williams le agregó un saborizante amargo a la fórmula, que se mantiene hasta el día de hoy.

Otros días uso Gentleman de Givenchy.


viernes, 24 de julio de 2009

Hagan la prueba.

Una lista de cosas que definitivamente hacen mucho mejor mi vida:

El mar.
Aceite de oliva extra virgen.

No es poco.

lunes, 20 de julio de 2009

Siga el baile.

Que Diego es mejor que Pelé es una verdad incontrastable por la cual estoy dispuesto a dar hasta mi propia vida. En el resto, nos borran del mapa. Porque no son un país, no son una nación. Son un imperio. Hace algunos años visitaba con asiduidad a un amigo argentino que vivía en San Pablo. Cierta vez el portero del edificio, acostumbrado a verme tan seguido me dijo "¿por qué no se queda a vivir acá? en Brasil siempre hay lugar para uno más". Repito, frase de un portero: "en Brasil siempre hay lugar para uno más". Ese es el pensamiento de un tipo que sabe que pertenece a algo grandioso, incomparable, a algo que sin dudas es mucho más importante que él. En el mundo en crisis en el que vivimos hoy, Brasil sale a mostrar a los cuatro vientos una fortaleza inusitada. Su presidente asiste a la primera reunión de jefes de estado del grupo BRIC (Brasil, Rusia, India, China), que es una de las alianzas estratégicas más atractivas en el escenario post-crisis. En julio, el propio Lula (de izquierda, recordemos) compró US$ 10.000 millones en bonos emitidos por el FMI. En Brasil se acaba de formar Brasil Foods, la compañía alimenticia más grande del mundo, resultante de la fusión de Sadía y Perdigao. También tienen la cervecera más grande, luego de que AmBev comprara (sí, COMPRARA) Anheuser Busch, empresa americana productora de la famosa Budweiser. En la cumbre del G20, en el mes de abril, el propio Obama dijo que Lula era "el político más popular de la tierra". Eso fue motivo de orgullo en Brasil, desde los más encumbrados empresarios hasta el último vendedor ambulante, se llenaron la boca con el comentario de Barack. ¿Por qué? Porque, al igual que el portero aquel, saben que son parte de un imperio. Algunos son pobres, otros son ricos, algunos negros, otros blancos. Pero son todos, todos, todos brasileros.

Será por eso que son mejores que nosotros.


domingo, 5 de julio de 2009

Humo.

El sábado a la mañana fui al sepelio de una chica amiga. La recuerdo vital, talentosa. Ha dejado como ofrenda dos espectaculares murales en las paredes de mi restaurant. Pude presenciar el momento exacto en que sus seres queridos perdieron para siempre el contacto físico con ella. Las últimas caricias al ataúd antes de ser deslizado por la cinta transportadora del crematorio. Al rato, la nada. El recuerdo intangible y eterno. En mi caso, los murales, un par de años de trabajo como mesera en Haiku, su simpatía y buena disposición. En el de otros, besos, distintos momentos de la vida compartidos, el sueño de sus padres de verla crecer. Todo terminó yéndose por una chimenea, subiendo hacia el frío cielo porteño de una mañana de julio. Me recordó que cada segundo de infelicidad que pasemos en este mundo, es sencillamente imperdonable. Que lo único que hace la diferencia, lo único que queda, es lo que marca el corazón. Cada vez que sienta que me olvido, voy a mirar los murales. Chau Mechi, gracias.