jueves, 22 de diciembre de 2011

Don Caprio. Capítulo final.

Como siempre que lo llamaba, Don Caprio se puso contento. "Juaaaancito carajo". Hay figuras en la vida de los hombres que tienen un peso específico notable. Son personas que, despojadas del hilo subjetivo de la relación familiar, nos muestran los avatares de la vida sin filtros. Son padres de otros y nosotros somos hijos de otros. Así aprendemos cosas que un padre no te dice ni te muestra, pero probablemente le diga y le muestre a hijos de otros.
Don Caprio se sorprendió cuando le dije que mi ex necesitaba su número. No podía creer que nos habíamos separado. Ante su asombro y sus preguntas, mi voz alcanzó a quebrarse. Yo seguía con la guardia baja. Don Caprio paró un segundo, hizo un silencio. Cambió el tono inmediatamente y adoptó el mismo que usara en la mesa del bar cuando me ofreció la 9. Y me dijo: "la limpiamos, Juancito".
No dije nada. Entre la sorpresa y un repentino e inconfesable entusiasmo que sentí, seguido de una absoluta pena por mi mismo. Es lo malo de tener moral, nunca hacemos lo que queremos sino lo que nos deja tranquilos.
"Juancito, vos no podes sufrir. Le hacemos inteligencia dos, tres días. La chupamos y se acabó la carrera. Como si nunca hubiera exisitido".
Ensayé como toda respuesta una negativa llena de agradecimientos y una promesa de que pronto iba a estar mejor. Y fue entonces que Don Caprio me trazó los límites del sufrimiento y la voluntad. Me puso frente a frente con la lógica cartesiana y despojada de veleidades éticas, religiosas y legales. Las cosas son de una manera casi siempre más simple y directa de lo que nosotros podemos procesar. "Juancito, tu problema es ella. Si ella, desaparece, desaparece el problema".
Como yo estaba en lo que el hijo de remil putas de mi psicólogo llamaba "estado de psicosis inducida", le respondí con una evasiva entre gay y sesuda, que al estar verbalizando me hizo sentir como si estuviera disfrazado de conejo de peluche en el medio de una pelea por el título en el Luna Park. Don Caprio simplemente me respondió "depende de vos Juancito, levantás el teléfono y procedemos".
Pasó el tiempo y nunca volví a verlo a Don Caprio. En los momentos de zozobra emocional, miré varias veces el teléfono, pero pude resolver el tema con otros recursos. Los de siempre, tiempo, alguna nueva compañía, estar ocupado. Un par de años después tenía que renovar el pasaporte para estamparle la visa de trabajo de Estados Unidos. Llamé a Don Caprio y me atendió la esposa. Me dijo "ay querido, Mario está internado está mal. Estamos todos rezando". Rompió en llanto. Le dije que contara conmigo para lo que necesitara, en fin, las cosas de rigor que se dicen como si uno pudiera hacer un carajo cuando no hay un carajo por hacer. "Rezá nene", me dijo.

Al día siguiente fui al hospital y estuve con la señora. No pude verlo a Don Caprio. A los pocos días me llamó la hija para avisarme que había fallecido. "Mi mamá me pidió que te llame, ella no puede hablar porque está muy triste".

Gracias, Don Caprio.