sábado, 21 de marzo de 2009

El gerundio de los corazones tristes.

"Estoy volando esta noche", "estamos llegando el domingo", "tengo lugar en el vuelo 1834 que está saliendo a las 5.45, aterrizando a las 8.20", "compramos un paquete buenísimo, hacemos (?) Roma, París y Londres, pero llegando a Madrid." 

Hay un absurdo mecanismo, algo arrogante y pueril acaso, que nos convierte en permamentes vividores de un viaje. No pasa con ninguna otra faceta de la vida. Nadie dice, "mañana me estoy levantando a las 8, cagando 8.15 y trabajando a las 9" o "te estoy queriendo la semana que viene" o "me estoy alegrando el martes." Tal vez sea porque uno siempre quiere viajar, porque los preparativos o la ansiedad forman parte del viaje. O tal vez sea porque vivimos vidas muy tristes y rutinarias. Tal vez sea porque casi siempre hacemos lo que podemos y no lo que queremos, entonces al primer atisbo de quiebre, a la primer gambeta que le hacemos a la huella, nos tiramos de cabeza a intentar eternizar en un presente perfecto y perpetuo el pedacito de libertad, de hoja en blanco y de atmósfera neutra que nos promete un viaje. 

Yo no estoy escribiendo esto. Ya lo escribí.

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