lunes, 9 de agosto de 2010

La explicación.

La experiencia de ser inmigrante permite disociar la lejanía física de la espiritual. Es decir, uno vive lejos pero siempre está cerca. Argentina me sigue como un lamento inexplicable, como un dolor que intento remediar a cada paso, o al menos entender. La vida me permitió un experimento que, planeándolo, jamás hubiera podido concretar: vivir varios meses en la Argentina después de años en el extranjero. Todavía estoy procesando todo lo que pude aprender. Pero a medida que la experiencia va quedando atrás, voy entendiendo muchas cosas. Estando aquí en USA paso bastante tiempo solo. Manejando, caminando, haciendo compras, trabajando. Y pienso, me enfrasco en debates conmigo mismo sobre los motivos que llevaron a la Argentina, a mi país, a su triste y dolorosa realidad. Cuando uno amplía el marco de referencia, cuando incorpora elementos de juicio despojados del fanatismo futbolero y arrebatado de la identidad pendenciera, puede comparar historias y conductas. Puede entender los resultados. Geografía, idioma, recursos, fisonomía, son elementos casi fortuitos en la formación de un país. Al menos, irremediables. No se pueden mover de lugar las montañas ni cambiar las iglesias por pagodas. Los países los hacen sus habitantes. Es cierto que el entorno ayuda, por eso en Río de Janeiro nació la bossa nova y en Buenos Aires el tango. Pero no deja de ser un dato aleatorio.

El gran problema de la Argentina es la irracionalidad.

Es irracional que exista un partido político que derive del apellido de un ex-presidente fallecido hace casi 40 años.
Que haya gente que corta las calles.
Que los alumnos de un colegio decidan quién es el rector.
Que el gobierno controle los medios de comunicación.
Que se formen y multipliquen las villas miseria.
Que se viaje como ganado en el transporte público.
Que sistemáticamente y en todos los órdenes se viole la ley.
Que nenes de 12 años maten.
Que el estado y el campo sean enemigos.
Que la gente odie a Tinelli pero lo vea todas las noches.
Que haya hambre.

La irracionalidad se extiende y se mete por todas las grietas de la sociedad, hasta corromperla en su misma esencia. Entonces, al producirse un hecho delictivo resonante la gente dice "hay que fusilarlos en Plaza de Mayo", en vez de reclamar que simplemente se apliquen las leyes. El ex-entrenador del Seleccionado pierde por goleada y pasa a ser un "drogadicto de mierda que ni siquiera es técnico." La presidenta tiene como mayor adversario político al vicepresidente, con quien se supondría que comparte un núcleo de coincidencias básicas que llevaron a crear la fórmula. Las reacciones indivuales y de conjunto nunca obedecen a un proceso de selección natural basado en la experiencia anterior. Todo es impulso. Pero no un impulso sano, prometedor. Es como un espasmo. Un movimiento inefable, sin rumbo ni explicación, sin sentido. Se anula todo lo actuado por el que estuvo antes. Se empieza siempre de cero. Y ya sabemos que empezar de cero es una actitud que, sostenida en el tiempo, constituye un retroceso.

Argentina es motivo de curiosidad por parte de aquellas personas con las que convivo. Personas nacidas en otros países, que no consiguen entender todo aquello que nos pasa. Yo mismo no entendía hasta que, como aquel gaucho que al bajar del caballo ve la Pampa de otra manera, salí, entré y volví a salir.
En otros países la gente piensa. Razona. Capitaliza las experiencias en pos del bien común. Aprende de las guerras, aprende de las crisis, aprende de las desgracias y de los éxitos. Y ocurre algo que para nosotros se vive casi como un milagro: las cosas funcionan. En otros países dije. En el nuestro no.

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