martes, 10 de julio de 2012

Nomigrantes: la fábula del inquilino de la patria.

Es mentira que "si no sabes de dónde vienes jamás sabrás hacia dónde vas." Todo lo que nos antecede es pasado. El apellido, la comida, las fotos, las canciones, los libros, el abuelo, el supuesto abuelo del abuelo. Todo es pasado. Vidas de otros. De dónde venimos, lo que llevamos por dentro, la herencia, es todo mentira. Toda una coraza de excusas para justificar la medianía eterna. Sí es cierto que echados a rodar en el mundo, el pedacito de pertenencia en el que nos paramos se reduce a toda esa hojarasca sentimental. El refugio donde encontramos confort emocional para contrarrestar los sacudones propios de nuestra gesta inexplicable. Pero al rato saltamos de nuevo al desafío de lo nuevo. Es, paradójicamente, en esa capacidad de quemar las naves, que encuentro el vínculo con mis antepasados. No por una cuestión de apellido, de color de ojos, de idioma. Ni siquiera por una cuestión de familia. No. No es por nada de eso. Es por la férrea voluntad de buscar el destino. Mis antepasados son todos aquellos que se fueron. De cualquier lado a otro, sin importar la época, el motivo o la raza. Todos los inmigrantes somos familia, hermanados por el ansia irreductible de una vida mejor. Mi tatarabuelo son todos los que están en las fotos de Ellis Island. Y de ahí para acá, se corta. Entre esa generación y esta hay un hiato. Los nomigrantes. Hijos de los hijos de los barcos. Cuando vuelvo y los veo, sufro. Despanzurrados en la vida, sintiéndose dueños de la noción de patria, de bandera, comiendo tostados de miga mirando la plaza. Tirando el faso justo antes de subir al bondi, rajando a la costa en los feriados, comprando remeritas del Che. Y proclamando desde un pedestal hecho de malvones y pedos tristes que "los que se fueron es porque no tienen huevos, los argentinos de verdad somos los que la peleamos acá." Ahí es donde yo no tengo más remedio que contestarte. Sí, a vos. A vos que me señalás porque me fui, a vos que me das clases de argentinidad. Nunca me pondría a tu altura, pero me obligás a contestarte. Porque honestamente, ya me tenés las pelotas llenas.

Yo soy mil veces más argentino que vos, payaso. ¿Sabés por qué? Porque yo estoy hecho de lo que estaban hechos los que construyeron la Argentina. Los que se fueron de Galicia o de Napoles para que hoy a vos tus amigos te digan "Gaita" o "Tano", y sientas que venís de una casta especial. Yo llevo la patria adonde voy, porque donde voy la hago. La patria es algo que se va a buscar, maricón. Vos tenés patria porque otros la sangraron, otros la soñaron y fueron a encontrarla atrás de un océano. Vos estás en Argentina porque ahí te fabricaron, otario. ¿O acaso elegiste nacer ahí? ¿O acaso elegiste algo en tu vida, además de la caterva de hijos de puta que te gobiernan y te cagan una y otra y otra vez? Yo te puedo decir lo que es la patria, yo tengo la autoridad y las pelotas para explicártelo porque a mí no me la regaló nadie. Del cuadro ovalado en blanco y negro que tenés en tu casa, yo soy el de arriba de todo. Soy el que escribe las cartas más arrugadas e ilegibles que guardás en esa caja del armario. Y vos me hablás de patria. Lo poco o mucho que te dejaron lo hiciste mierda. Como un inquilino berreta, como un hijo ricacho y haragán, como un pendejo caprichoso que gasta la que no gana. Esa es tu patria. La del descuido, la de la desidia, la del olvido, la del fracaso. Esa a la que hace tantos años llegaron llenos de ilusiones el gallego y el tano. Esa que vos con talento, dedicación y esmero, convertiste en un infierno.

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