jueves, 10 de noviembre de 2011

Don Caprio. Capítulo 2.

CONTINUACIÓN DEL CAPÍTULO ANTERIOR.

Me reí, teniendo cuidado de no sonar burlón. Don Caprio se subió a mi carcajada dando por sentado que estábamos riéndonos del calzón cagado del boletero del cine.

Le dije que no sabía tirar. Bah, que en realidad nunca en mi vida había tirado. Entonces me explicó que eso era lo de menos. "Juancito, saber usar un arma no es lo mismo que saber disparar. Saber usar un arma es lograr que surta el efecto deseado sin tener que apretar el gatillo. Gastás balas, que son caras, y además te comés un garrón seguro."

Claro Don Caprio. Claro. Usar el arma no es lo mismo que usar las balas. Miré al mozo haciéndome el pelotudo y le pedí la cuenta, mientras asimilaba esa gran lección de vida. Don Caprio miró su cuaderno espiralado Norte con tapa dura, lleno de anotaciones en birome de distintos colores (él llevaba 4 Bics en el bolsillo) y me dijo "yo voy los martes a las 2 a tirar con unos amigos al Tiro Federal, llamame y te venís, son muchachos macanudos".

Tiré varias veces con la Browning. "Aflojá los hombros querido" ¡PUM!, "flexionando un poquito las rodillas Juancito" ¡PUM!, "Juaaancito carajo, cuando soltás el aire tirá" ¡PUM! Los muchachos macanudos eran macanudos en serio. Fui varias veces, casi siempre terminábamos tomando café en la confitería del Águila. Aprendí mucho de fierros. "Antes teníamos la Ballester Molina, que es la versión calcada de la Colt 1911, pero con el asunto de los derechos humanos la prohibieron porque el calibre 45 es considerado arma de guerra", me explicaba melancólico uno de ellos. Los muchachos macanudos andaban en bondi, con carterita de mano, mocasines y jeans berretas. Algunos tenían changas de custodios, otros de choferes, uno era sereno de un banco.

Don Caprio siempre llevaba el fierro y los papeles para hacerme la tenencia y portación, pero como yo no me decidía, se volvía a llevar todo con él. Pero siempre hablaba de la Browning como "la pistola de Juancito". Un día dejé de ir al tiro, después dejé de tener trámites y la verdad es que se me pasó un poco el entusiasmo de la novedad. Don Caprio y yo no hablamos por dos años. En eso, me surgió un viaje al exterior con quien por entonces era mi novia. Resultó que no tenía el pasaporte al día y obviamente lo llamé a Don Caprio. "Juaaaancito carajo, ¿en qué te puedo ayudar?" Hicimos el pasaporte de esta chica como por un tubo. Rápido, fácil, sin dramas, sin preguntas. Entre el llamado y el pasaporte impreso y calentito pasaron menos de 10 días. Volví al bar de los ratis un par de veces durante ese tiempo. Era verano, cerca de las fiestas, entonces el "toma algo caliente, querido", cambió por un "tomate algo fresco que hace calor". Don Caprio no tomaba alcohol casi, le gustaba la Seven Up. A mí las gaseosas me gustan cuando las sirven en un bar como ese. En vaso largo sobre una servilletita de papel blanca con borde celeste. Cuando te la abren con esos destapadores con forma de botella y te la traen con una hielera de hojalata con la pincita enganchada en el borde. Cuando te preguntan si le querés agregar un chorrito de Campari o de ginebra. La Seven Up con ginebra es un golazo.

Le regalé una campera de cuero que había comprado muy barata en Los Angeles, de las de estilo motoquero. Don Caprio decía que le recordaba a las que usaban los custodios de Perón. Era flaquito y chiquito Don Caprio. La campera le quedaba un poco graciosa. Pero él estaba muy contento. Viajé con esta chica, volvimos y a los meses nos separamos por decisión de ella. Yo quedé muy triste y bastante desorientado. Le había puesto muchas fichas. Para hacer una figura futbolística, había puesto 5 delanteros y 2 defensores. Y me liquidaron de contra. El trance me lanzó al psicólogo, en una experiencia que resultó tan cara como inconducente.

CONTINUARÁ.

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