Hace unos días fui a comer una hamburguesa a un boliche de Key Biscayne llamado KB Burgers. Simpático lugar, familiar y poco pretencioso. Me hace acordar a “La Gringa”, esa sandwichería de Mar del Plata desde la que hace décadas un chorizo gigante de neón saluda a quienes circulan por la costa, casi llegando a la Avenida Constitución.
La cuestión es que yo tenía bastante hambre porque venía de una mañana de sábado movidita, con un rato de pesca (infructuoso si se mide en peces, pero muy agradable de todas maneras) y una vigorizante horita de paseo en kayak.
Me senté y pedí lo de siempre: una cheeseburger con queso Suizo, lechuga y tomate, sin cebolla, término medio, pickle “on the side” (el pepinillo entero fuera del sandwich en vez de rebanado y metido en la hamburguesa) y una porción de batatas fritas.
Al estar dando cuenta de mi almuerzo, ensimismado en mis pensamientos, entró un hombre de unos 45 años con 3 hijos, dos varones de alrededor de 13 y 5 y una nena de 10. Junto a ellos, otro hombre de 70, a todas luces el abuelo de los chicos. Abuelo materno, según pude deducir después.
Chilenos ellos, de buen aspecto y ropa de marca. Suelo observar que la etiqueta playera es mucho más contundente que la etiqueta de calle. Es decir, casi todos tenemos alguna prenda más o menos importante para lucir en ocasiones generales, pero tener traje de baño caro, ojotas caras, camiseta cara, gorrita cara, es porque evidemente todo el guardarropas es de la gran puta. Lo mismo pasa con la ropa de gimnasia. Algunos salen a correr en malla, medias de toalla y con una remera de Hard Rock Café comprada en algún viaje hecho durante el 1 a 1. Otros se visten de pies a cabeza con indumentaria adecuada y carísima, digna de deportistas de elite.
La cuestión es que al momento de pedir su comida, el abuelo chileno, con tono ceremonioso y casi eclesiástico, le dijo al mozo (un muchachito muy joven, probablemente hijo del dueño): “yo quiero una hamburguesa clásica”.
El mozo, con mucho respeto y algo extrañado, lo miró por tres segundos que parecieron tres semanas. Tengamos en cuenta que el menú de KB Burgers, como el de casi todos los restaurantes de Estados Unidos, viene con platos bien específicos, con sus ingredientes detallados y con muy poco margen para la ambigüedad. Cuando un comensal pide algo que no figura en el menú, suelen desencadenarse situaciones inefables. En este caso, pasados los tres segundos que parecieron semanas, el mozo simplemente le preguntó al abuelo chileno a qué se refería con “hamburguesa clásica”. El abuelo chileno le dedicó una mirada que pedía a gritos ser complementada por una frase como “¿pero vos sos pelotudo o te hacés?” o tal vez “¿cómo mierda trabajás en una hamburguesería y no sabés cuál es la clásica?” Aunque yo hubiera subtitulado “no ves que soy un viejo de mierda que me creo que me la sé todas porque en Chile soy un poronga y acá no soy capaz de leer un puto menú de una sanguchería?”.
La cuestión es que el abuelo chileno, levantando la voz y sacando uno de los pies de abajo de la mesa hasta quedar parcialmente de frente al mozo, le dijo, ralentando el ritmo de su alocución hasta un nivel que rozaba la burla “la hamburguesa clásica Americana, mi querido amigo, es la que trae la hamburguesa propiamente dicha, tomate, lechuga y mayonesa”. El mozo, en un esfuerzo por integrar el pedido del cliente a lo que figuraba en el menu, le preguntó “¿usted dice una cheeseburger sin queso, sin cebolla, sin pickle y con mayonesa?” El nono trasandino lo miró con la mandíbula a medio caer y sin quitarle la vista de los ojos, acercó su mano derecha a la sien, colocó el pulgar sobre el índice, como haciendo el gestito de idea pero apuntando para abajo. “Una-hamburguesa-clásica-americana” dijo, al mismo tiempo que realizaba un movimiento de pistoneo desde la sien hasta la cintura con su versión del gestito de idea. El hijastro, un poco hinchado las pelotas seguramente, se dirigió al mozo en plan conciliador y tal vez entendiendo un poco más el sistema organizado, práctico y eficiente del lugar, le pidió que le traiga la hamburguesa y que se la cobrara como una cheeseburger.
El suegrito lo atravesó con una mirada que decía cosas como “callate inútil de mierda que si no fuera porque te casaste con mi hija y ligaste de rebote la alcurnia de la que hacés gala estarías pescando mariscos en Viña del Mar” y le pidió que por favor le permitiera explicarle a este chico lo que era una hamburguesa clásica Americana. El anciano, a esta altura centro de atención de todo el restaurant, le relató con lujo de detalles al pobre mozo un viaje que había hecho en los años sesenta “cuando mataron a Kennedy, “pero no a John sino a Bobby”, le aclaró al chico cuya noción cívica podría alcanzar con viento a favor y algo de suerte al primer mandato de George W. Bush. Resulta ser que según relató, en ese viaje probó la mejor hamburguesa de su vida. Y cuando le preguntó al cocinero cómo se llamaba esa delicia que acababa de probar, (“porque la comí en un lugar donde el mismo tipo que la cocinaba la servía, pero tal vez nunca puedas ir a un sitio así hoy en día” explicó el geronte sin reparar que eso es ni más ni menos que un diner, de los que hay miles y miles por todo Estados Unidos) le explicó que simplemente era una “classic American burger”.
El viejo invitó al chico a tomar nota de los ingredientes y de la preparación, inclusive le preguntó si se encontraba presente el dueño para sugerirle la inmediata inclusion de la “clásica” al menú. Un rato después, ya a mitad de la comida, sonó el celular del jovato. Era su mujer, que estaba en el mall con su hija, a la sazón esposa del pescador de mariscos. El nono, con los ojitos brillantes y la excitación gastronómica de algunos presentadores de Travel Channel, le dijo a su esposa:
“Oye, adivina qué. Acabo de descubrir otro lugar donde hacen la hamburguesa clásica de la que siempre te hablé”.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario