lunes, 23 de noviembre de 2009

Silent night.

Qué época de mierda la que se avecina. Lastre de tiempos pasados, en los que la gran mayoría de las familias permanecía unida. Celebraciones hipócritas, con gente que durante el 99% del año te chupa un huevo. Me recontracago en la navidad y en el año nuevo y en todo el sufrimiento logístico y espiritual que ocasionan. Toda la decoración navideña me resulta deprimente, la musiquita me produce espasmos, el frenesí de compras es vomitivo. Las amas de casa cornudas preparando vitél toné o alguna otra aberración culinaria. Los hombres resignados. Los nenes, pequeños monstruos enfermos de consumo, máquinas insaciables de pedir. Los padres separados que le echan en cara a los hijos si están con uno o el otro, los entuertos familiares que se disimulan en nombre del pan dulce y la sidra, el calor, la comida y los cohetes. El pino de navidad y la reputa madre que lo parió. Qué depresión. El mejor regalo para las fiestas sería una pastilla que te durmiera el 24 al mediodía y te despertara el 2 a la mañana.

2 comentarios:

  1. Antes que la pastilla mejor un viaje... Algun lugar fuera del tiempo y el espacio, o que al menos pueda parecerlo...

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  2. Wow! NO puedo dejar de pasear por tus post y reírme de verme reconocido en el reflejo de algunas de tus frases...
    Casi que secundando tu deseo, invertiría toda mi (poca) fortuna en descubrir dicha pastilla, sabiendo que muchas bocas ávidas de ella alimentarían mis torpes sueños de riqueza.
    Pero...
    (¿viste que siempre hay un pero?...)
    ...Hace no mucho tiempo, conocí a alguien que, con esas sabidurías que sólo la verdadera inocencia y los corazones puros pueden cultivar, me hizo ver, más allá de ese repulsivo cuadro que tan bien pintaste, se escondían muchas otras cosas que aquellas que mis corrompidos ojos alcanzaban a ver...
    el deseo de vidas mejores...
    un afecto más profundo que las vanalidades expresadas en el día a día...
    y lo más abrumador quizás: que existe un costado bondadoso insospechado, capáz de producir aún sorpresas, en un corazón algo renuente a creer...
    Sí. Admito que ésta persona me volvió un creyente. Un creyente de la vida, de éste mundo y de la gente que lo habita. Y lo más difícil aún: un creyente de mí mismo.
    Así que hice lo único que podía hacer...
    me casé con ella.

    Saludos..
    Sebastián.

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